En las orillas la ciudad es un espejismo que tiembla, un mar de joyas falsas que se extiende luminoso al horizonte. Entre los edificios salvajes, aún no domesticados, donde las casas tienen menos muros que huecos, en las estancias que aún no tienen dueño y todavía saben respirar, Los dioses se sacuden sus costumbres humanas y se ponen a bailar. El DJ, malabarista de dimensiones, pone play a los laberintos del sonido. Él es el gran arquitecto, él dibuja los portales, él abre los candados, él es el amo del tiempo, él gira las perillas de la realidad. El universo explota, se retuerce y se encoge entre sus manos. Tótems negros de alto wattaje abren redondas sus bocas posesas y comienzan a predicar. Los dioses de carne sacan del estuche sus secretos: domadores de fuego construyen geometrías invisibles, lo hacen bailar. Los dioses son de nuevo niños delirantes que construyen el mundo, que gritan y hacen sonar con los pies el tambor de papá. (Nuestro cuerpo se vuelve inimaginablemente hermoso cuando olvida las leyes de tránsito.) Los danzantes se inmortalizan en su danza, un sólo culto a un sol oculto: ¡YO: AQUÍ SIEMPRE, AHORA TODO! Somos recuerdos bailando en una mente eterna. La sacerdotisa del poliéster rosa, enjugada en sudor, me revela sus secretos: -Dale mute al carrusel. ¿Escuchas? Es el soundtrack puro de tu corazón. Haz zoom in en tu conciencia: Todo es Mente, psiconauta, sueño encarnado, sueño que sueña. Ama tu viaje. Eres la magia pura revestida de tu traje celular.- La ciudad sueña dormida. Nosotros soñamos despiertos. Somos una travesura de gitanos, fiesta pagana en una caja de zapatos, dos cincuenta por tres treinta por ocho metros. El edificio es el tambor que retumba en nuestros pies. Lámparas chinas, foquitos navideños y, en una esquina, una maqueta del verdadero sistema solar: el sol es una esfera de espejos, la realidad es un reflejo, el universo es una discotheque. Dioses despeinados bailan con insolencia. VIII La mujer durmiendo entre las nubes ha soñado pesadillas. -¿Ves ese milagro de focos, cables, concreto, chapopote y grava apisonada?, ¿ese prodigio que se devora el horizonte? ..Ese monstruo es mi hogar.- La mañana envuelve una vez más a la mujer dormida. Y no despierta. ¿Y la ciudad… dónde, cuándo termina? Silencioso, el guerrero danzante aguarda de su amada el despertar. |
Luis Mora Acosta (Ciudad de México, 1982) actualmente cursa el diplomado en actuación del Centro Universitario de Teatro de la UNAM. Escribió ocho cartas a Santa Clos, inscribió con aerosol máximas anarquistas en lugares públicos, talló entrelazados su nombre y el de sus múltiples amantes en troncos dispersos aquí y allá en la ciudad de México. No tiene publicaciones.
|