Parábola del grito

I

en el principio
era el polvo
y el polvo era una voz y era mi voz

cada fractura de mi piel fue dicha
en mi voz estaba la sangre
y la sangre era luz segando el viento
y el viento deshojóse entre unas manos
pero las manos no lo comprendían

entonces vino un hombre
para prestarle una garganta al polvo
llena de rabia y de quebrantos y cenizas
y aquella voz fue carne
y habitó los silencios
como una lágrima sin nombre

así vagó durante días
solo
con un desierto en la laringe
con cardos para cada paso
la sombra era una idea y no un recuerdo
donde pudiera recostar la asfixia

II

la sangre pesa más entre las venas
lo supe cuando el aire
esparció el eco de la noche en mi garganta
mi boca era una úlcera en mi rostro
mi rostro era un reflejo ciego

III

al cabo del fastidio
cuando se rompe el día en mil fragmentos
y los pedazos se dispersan
una nube me dijo
agarra la palabra piedra
y rompe los silencios de tu boca

vendrá el grito del agua
y beberá tu lengua
y beberá su hiel
y beberá la sal
y beberá la herida
y beberá tu vida hasta saciar
todas las grietas en el polvo

vivir es ir sediento en la sequía
y recordar que hay agua al fondo de la tráquea



Vendaval


y
aquí
seguimos
aferrados al mástil                                                   el óxido en las vigas de la tarde
como una vela al borde                                            es un presagio de la furia
de una cólera marina de
cara a una vaga metáfora del
horizonte y el látigo del viento que no
para de rasgar un grito entre las hebras
                                                                                  pero no puedo detener el aire con las manos




Adiós

hay que aceptar que sí
la vida sigue
que un juego menos de cubiertos
o algún lugar vacío en el carro
serán apenas una diferencia
entre las cosas

el día va a continuar abriendo las ventanas
de la luna
pasará un trapo por los restos
del día anterior
mientras tu nombre
se va empolvando cada noche al fondo
de mi lengua

voy a fingir que sí
que sigo anhelando la pronta resignación
de tu retrato
que una silla vacía es evidencia
de que no fuiste siempre algo perdido
que las cosas se mojan
cuando las miro detenidamente
que nunca olvidaré
felicitarte el veintiséis de abril
o a ti cerrando aquel adiós
como un ocaso entre tus labios
hay que aceptar que sí
que la vida
seguirá tirando cada tarde
a la basura
que duele que no puedas esconderte
del tiempo tras mis ojos
aunque lleve
una zanja afligida en la mirada
y el corazón
izado a la mitad del pecho

hay que aceptar que sí
que la vida sin alguien es igual



Vendimia

cuando la vi cuando la vid cuando la vida
Xavier Villaurrutia

estaba en el umbral de una terraza
había macetas reviviendo los rincones
del techo pámpanos de luz colgaban
vi gente que olvidó su nombre en la vendimia
porque aunque tienen manos
no lo pudieron retener

tú que sabías el tuyo
como se sabe que la vid madura
¿por qué no me llamaste?




Epitafio

que la tierra se trague esta mirada
    que no quede ni un rastro en este verso
    de un recuerdo un adiós una mañana
que nada crezca encima de mis huesos
    que ese cáncer que quiebra las palabras
    pudra la euforia de los hormigueros
y el compasivo amor de las gardenias
    que el porvenir se extinga entre sus manos
    como todo lo que quisimos tanto
    y nos arrebató sin que pudiera
quedar siquiera una nostalgia abierta
    que nadie se disuelva en risa o llanto
    hasta saber por qué no fueron vanos
    tanto dolor tanto llevarme a cuestas



 


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Fabián Espejel  (Ciudad de México, 1995). Poeta, traductor y ensayista. Estudió Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Fue becario de verano de la Fundación para las Letras Mexicanas en 2017. Es colaborador permanente de la revista electrónica Página Salmón. Textos suyos han sido publicados en revistas mexicanas (Literal Magazine, Cuadrivio, Blanco Móvil, entre otras) y latinoamericanas (Literariedad, Philos).


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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