El idioma materno
Fabio Morábito
Sexto Piso,
México, 2014


 


Después de diez días terminé de leer El idioma materno de Fabio Morábito. Es momento de acomodar la emoción que me cosquillea la panza y confesar que este libro me dejó satisfecha: soy una lectora plena.

De Morábito me gusta el desenfado que pone sobre la mesa cada vez que escribe. Su rigor se queda siempre con él; a nosotros, sus lectores nos deja un camino limpio y honesto. Leerlo es como platicar. Es fácil creerle, es sencillo, entrar a su conversación. De Morábito me encantan sus regresos ingeniosos hacia la destrucción de Troya, me gusta que el mar se deje escuchar incluso en un libro en el que pareciera no haber lugar para las olas. Me gusta que involucre el cuerpo cada vez que escribe, sus pasos son algo que se siente al leerlo.

Creo que los poetas tienen serios problemas con el lenguaje y eso es lo que los lleva a enfrentarse a las palabras y, sobre todo, al silencio. Decir, en todo caso, significa romper la armonía y provocar ruido. No me extraña que en los poemas se insista sobre el tema de la voz, de los significados. Y en este libro, reunión de ensayos escritos por un poeta, ése es el esqueleto: el lenguaje.

Hay en El idioma materno diversos temas, algunos en los que el autor insiste para reforzarlos o para decirlos de otra manera, para abordaros desde otro ángulo. Hay anécdotas, imaginadas o reales quizá, que a manera de fábulas nos invitan a llevar agua al molino central del libro. Aunque me gusta pensar que no hay molino. Se trata de un libro sin centro, un libro hilo conductor se ramifica y crece en forma desproporcionada, como el lenguaje mismo.

Hablé antes de las reflexiones sobre la escritura, sobre el rigor a la hora de escribir poesía o prosa. Tomaré prestada una idea de Morábito: los lectores y escritores son unos ladrones, buscan grietas para tomar préstamos que pocas veces regresan. Acechan los sueños y el tiempo de los otros. Roban incluso del mismo lenguaje porque necesitan más y más palabras para comunicar asuntos simples.

Mis textos favoritos fueron los que se referían al subrayado, los de las bibliotecas. El orden y el fracaso que persigue a quien escribe. Me quedo con la frase que no puedo localizar con exactitud (porque paradójicamente no hice ningún subrayado) pero que habla de un hombre forzado a escribir un justificante. La idea se bifurca en dos o tres textos. La cuestión que Morábito propone es que la escritura no es más que la redacción de un pretexto, una nota final cuidadosamente escrita. Entonces, escribir resulta ser un motivo para vivir pero al mismo tiempo nos mantiene en el borde, una vez que se tenga el justificante perfecto estará la muerte latente esperándonos. Llega un momento en el que no se sabe si se escribe para postergar la muerte o para justificarla.

Yo leí el libro completo mientras viajaba de casa al trabajo y de regreso. Me encantó toparme con un ensayo en donde el autor relata que leyó Ana Karenina para distraerse mientras esperaba su turno en diferentes consultas o para conciliar el sueño, y esto funcionó como un entrenamiento, pues se disponía a leer el libro completamente entregado a ello en el futuro. Me sentí afortunada por experimentar algo así como una coincidencia, no por Ana Karenina, sino por tener que leer de forma tan poco sistematizada: en camiones de todo tipo, que avanzaban a diferente velocidad, por distintas avenidas. Leer un libro que habla sobre la lectura, sobre las murallas y corazas con las que se debe cargar cuando se ama tanto leer en una ciudad tan complicada. Sentí, pues, que leyendo levanté un muro y desde algún punto alguien me ayudó a colocar un par de ladrillos. Hice un viaje doble, como el trayecto que se repasa una y otra vez, metida, ya en autobuses, ya en determinados versos que nos atrapan.

No hice ninguna marca en mi libro. A lo más que llegué fue a doblar las esquinas de las hojas que no quería olvidar. Ahora que redacto estas líneas, tengo la portada justo enfrente pero no quiero hojearlo. Quiero que mis hallazgos se guarden en alguna parte de mí y me asalten inesperadamente.

Mientras conviví con El idioma materno pensé en muchas personas con quienes podría compartirlo: una amiga que es correctora de estilo, alguna otra que se dedica a traducir, una más que viajará a Holanda para enfrentarse no a otro idioma sino al propio. Porque ésa es una de las ideas que secuestro de este libro. No conocemos nuestro idioma hasta que lo confrontamos con otro y lo sopesamos: puede que sobreviva y nos dé lecciones, o puede que se deje domar hasta perderse.

Cuando pasé por el tema de los viajes, de los aviones y la puntualidad de la distancia sólo me vino a la memoria un pequeño relato escrito por una amiga, cuya protagonista es una mochila. Creo que a la autora le gustaría enterarse de la afición que alguna vez tuvo Morábito por dibujar interiores de casas rodantes; y más aún, que la estructura de sus poemas se basó alguna vez en una marca de mochilas.

Viajar con lo necesario es algo que se gesta en el lenguaje. Al final, este viaje de la comunicación nos obliga a cargar con las palabras justas que nos ayudarán a sobrevivir con nuestro estilo y a mantenernos en la línea de la interminable redacción del justificante.

Mientras me acercaba a casa, pensaba en lo que escribiría sobre este libro. Bajé del transporte y llegué apresurada para colocar la fecha en la que terminé de leerlo. Todavía no encuentro un lugar para El idioma materno en mi nuevo estudio, pero estoy segura de que continuaré actuando con sigilo para conseguir espacios en donde levantar murallas, para robar tiempo y así poder leer o escribir.

 


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Adriana Ventura (Cruz Grande, Guerrero, 1985). Ha realizado estudios de licenciatura en la Universidad Autónoma de Guerrero, de especialidad en la UAM-Azcapotzalco y de maestría en la UNAM. Ha publicado las plaquettes Geografía negra (Verso Destierro, 2013), La rueca de Gabrielle (Editorial de Otro Tipo, 2014), Elogio a las rain boots que no tengo (Editorial de Otro Tipo, 2015) y Café Bausch (Colección La Ceibita, Fondo Editorial Tierra Adentro, 2015). Obtuvo la beca PECDA de Guerrero en 2011 y 2014. Logró el Premio Estatal de Poesía Joven en 2014 y de Ensayo en 2015; el segundo lugar en el Premio Nacional de Cuento Mujeres en Vida 2015; el segundo lugar en el Torneo de Poesía Adversario en el Cuadrilátero en 2012. También ha merecido el Premio al Mérito Juvenil de Guerrero en 2014. Actualmente es becaria del Fonca.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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