CARTOGRAFÍAS / Octubre-noviembre 2015 / No. 58 |
Cartografías |
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De Un dibujo del mundo* |
La luz del verano |
a Sofía Rocatti Los años felices Armar un libro de poemas o una casa nueva. Poner los vasos o los versos de un lado o del otro. Acomodarlos por colores y tamaños. De menor a mayor y viceversa. Romperlos hasta que las astillas desaparezcan. Se hagan arena. Armar un libro de poemas. No escribirlo, armarlo como una caja abierta, con las maderas que encontrás tiradas en la calle con los platos sin lavar y las goteras con los perros y el ruido del camión de la basura que pasa adentro de tu cabeza y te despierta a las tres de la mañana y te deja en vela por el resto de tu existencia. Armar un libro de poemas u ordenar el placard de tu hijo donde todo tiene el tamaño de una miniatura, como haikus de algodón que envuelven sus piernas, suave movimiento del mundo dentro del mundo. O detener el tiempo. LOS AÑOS FELICES: - los pies de los niños de dos a cinco años. - las manos de las mujeres de más de ochenta. - los pelos púbicos de los hombres de sesenta en adelante. - los muslos de los adolescentes. - las rodillas de los ancianos. - la oreja derecha de una telefonista. - la espalda de un trabajador portuario. - las uñas de un albañil. - las uñas de un oficinista. - tus glúteos. - mis glúteos. - las tetas de una mujer amamantando. SOÑÉ CON UNA yegua marrón ensangrentados los muslos y un pedazo de cabeza chorreaban témpera. Tintas entre las cerdas sin establo ni premios una mujer joven la besaba en los labios para que no sufriera. El sueño vuelve siempre como presagio o recuerdo. El sueño es denso y viscoso. y el día no pasa de lo etéreo. A LA NOCHE nos borramos las ojeras para hablar de lo importante de lo que nos creemos todos nosotros en la comodidad del presente planeamos una revolución con bebés armados de nombres sacados de libros. Porque confundimos ficción con realidad pensamos en las cosas grandes que haremos con ellos montados en los hombros del destino. Evitaremos el naufragio de lo que queda, los restos del mundo los animales salvajes y las plantas la gente más amable, las mascotas y los paseos en tren con una bolsa plástica como prueba de lo que fuimos. ANTES DE QUE llegaras a casa te veía sitiado por delantales azules un ejército de mujeres como lechuzas. Otras veces dormías en una cuna transparente o desafiabas los colores primarios en un solar hecho a tu medida. Las mamás que estábamos usábamos las tetas como brazos y no podíamos soltarlos. Día y noche con el manual de instrucciones atado al cuello debilidad y órdenes levantadas como edificios construidos en pocos días. Las mamás que no estaban dormían en sus camas con sus hijos, olor a vino, caramelo y leche, y por las mañanas salían a dar paseos por el límite con la naturaleza. AQUEL DOMINGO FUIMOS al acuario para ver los caballitos de mar. Caminábamos lento por la avenida tu mano pequeña adentro de la mía palpitaba la primera vez y las migas pegadas en el sudor de la tarde. Creíamos los dos lo mismo que ahí adentro el agua sería cristalina que los peces se moverían ágiles luciendo escamas y aletas preciosas que las burbujas subiendo a la superficie serían nuestra música marina. Los dos creíamos lo mismo. Pero no. Todos los animales nadaban bajo un agua turbia y entre rocas repletas de moho y virutas de alimento balanceado. Nos costaba ver a través de los vidrios que estaba prohibido golpear los tubitos de goma que les llevaban oxígeno a las branquias anaranjadas casi no funcionaban. Había olor a pescado podrido. Y a los caballitos de mar no los vimos nunca. Naufragios Sube la demanda. Sube el agua. Sube el hielo. Como platitos de café o pelotitas de golf no cascotes ni tampoco mandarinas un día cae el hielo perfecto blanco, esférico, tan nórdico. Los habitantes de mi barrio cubren sus cabezas con baldes sus autos con rezos de refugiados de una guerra. Días después y por semanas, en perfecta simetría, cada casa tiene en el jardín de entrada un lego de tejas para armar y amar vidas nuevas de estratega. Los habitantes de mi barrio tienen vergüenza de la falta que cubren con nylon o láminas plateadas. El futuro translúcido cada vez más lejano un punto achicándose en el espacio. Son preferibles los destrozos concretos que se cuentan al día siguiente de la tragedia cifras que predican en competencias de estadísticas televisadas y relatos en cámara lenta. Quien da más pena Quien sufrió más Quien salió indemne Tajos en los vidrios, ampollas en la chapa moretones en las puertas de madera, en cada casa y corazón hay tejas estalladas. Sube la demanda. Sube el agua. Sube el hielo. |
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* Un dibujo del mundo, Liliputienses, España, 2015; El ojo del Mármol, Argentina, 2014. Verónica Pérez Arango nació en Buenos Aires el 10 de mayo de 1976. Publicó la plaqueta La desdentada (Arte de Tapa, Casa de la Poesía, 2002), Camping (Vox, 2010), y Un dibujo del mundo (Buenos Aires, El ojo del mármol, 2014; España, Liliputienses, 2015). Participó de las antologías Quedar en lo cantado (El fin de la noche, 2009), El Rayo Verde (Viajero Insomne, 2014), Exit 75 (edición a cargo de German Weissi) y La Galla Ciencia Número 3 (España, 2015). |