POESÍA / Octubre-noviembre 2015 / No. 58


 
La casa sin sombra


Claudio Archubi


 

 

Por la noche mi día muerto
con tu día muerto se reúne.
Vasko Popa, Lejos en nosotros, 1951

 


Esta es la casa del cero y del nunca, la de las más tristes excusas.
Largo es el viaje mientras el viento golpea las ventanas rotas, como en una película inglesa. Largo es el viaje y nuestros pensamientos que crecen, de un cuarto a otro, como flores tardías, mecidos por el invierno.
En la primera habitación él no está.
En la segunda habitación ella no está.
La tercera habitación estuvo siempre reservada para nosotros.    


Él dijo:

Mi madre me regaló una flor que se deshace.

(No le eches agua, échale tierra.)

Es una flor seca que vive en la sombra, mantiene la casa limpia, llama al silencio.
Es una flor duradera como una foto vieja, como una idea, como un dolor.
Dice que compite con los cactus, con los matorrales del desierto, con las cosas que se escriben en las piedras.

(Cuando no estemos ni tu padre ni yo...)

La casa estaba limpia, extremadamente limpia.
Pero ella me dio la espalda y siguió con sus cosas.
                   

Ella dijo:

Atada a un corazón amigo iba por una pradera de sombra.
A mi paso, un mundo de ceniza y simulacro.

(Mi padre había muerto y seguía trabajando.
Amanecía.)

También yo había muerto, pero no mi hambre.
Miré a todos con tristeza.
Y extendí los brazos hacia mi pradera de sombra.
Cuán corta la correa de la vida, cuán vasta mi pradera de sombra.
Latí adentro de la casa negra, la casa blanca, la casa roja.
Latí adentro de la media-vida, de la media-muerte.
Y vi mi hambre en cada cosa.

(Lo veía caminar hacia la fábrica por la calle desierta. Lo veía con mi cabeza en la ventana, encorvado y ejemplar, avanzar entre la basura que volaba, avanzar hacia la estática de una radio lejana, lejanísima, hasta perderse en lo Abierto. Se llevaba su tesón y una parte de mi cuerpo para siempre.
¿Dónde estaba mi hermana?
Mi madre no quería dejarme salir porque afuera hacía frío.
Había algo de verdad en eso, lo sospechaba…)

Me quedé quieta.
Todo atravesaba mi pradera de sombra.

               
Dijeron ellos mismos, los que se fueron:

Caminamos pero el sol nos aturde.
Danos danos un poco de sombra.
La nube de un corazón bajo el cual partir.
               

Él dijo:

Me empujaron a esta casa donde todo está quieto.
He plantado un árbol y lo he visto pudrirse.
Mi árbol y yo crecíamos bajo un cielo limpio y sin pureza, acercándonos sobre la frescura del moho, entrelazados, a la espera del fruto del nunca, del donde sea.
    
(Lentos nos deshacíamos como el hielo que flota en las lagunas del Sur.)

Al compás del viento lo he visto pudrirse.
Mientras mis pies se hundían en el barro, fui su alimento: descendí para ir más alto, de la raíz a la última nervadura, la inestable de cara al cielo.
    
(En este jardín olvidado no creíamos en la muerte, no creíamos en la vida.
Soñábamos hacia abajo.
Morían las piedras antes que nosotros, buscando ampliar el paraíso.)


Dijo el coro de los testigos:

Hubo un tiempo en que se descendía a los infiernos cantando.
Ahora es tiempo de cantar para encontrar la salida.

               
Ella dijo:

Hemos cuidado esta casa con el cielo adentro.

(Con el cielo adentro.)

Pasa la tormenta por la pared rota, del suelo brota el arroyo.
Son verdes los restos de esta casa. Él reposa en su interior quieto como en un viejo cuadro. Caen ideas en la hojarasca, no las escucha, son como los vasos rotos bajo la nube blanca: flores del vacío.

(Sobre nosotros la ciudad lanza su flecha de dos puntas, su dado en blanco.
Sobre nosotros la ciudad bambolea hacia arriba y hacia abajo su gran linterna, obstruida por nube y calavera, dislocada, hacia atrás y hacia adelante y hacia otros sitios.)

Soplada nuestra casa, su marco de musgo, con el cielo adentro.    
Pasa la rata, desorientado huésped, tan rápida como la vida. Y la araña espera en el rincón a que se detenga el viento.    
    
(Pero yo comí de lo que es.)

Tiembla la niebla por la noche.
La invitamos a nuestro cuarto como se invita a un recuerdo.

(Ahora la niebla desciende de la terraza al patio, crece el cielo sepultado en mi cuerpo.
Nuestro árbol se pudre, pero su raíz está viva.)

           
Dijo la voz del televisor:

El código de la ciudad perdido en la niebla, frente al río, o bajo cartones que aletean en la calle cubriendo los cuerpos, o más allá de campos sumergidos donde la siembra no es posible: otras cosas crecen.

                                                                      
Él y ella se escucharon:

Encima del mantel, vi crecer sobre tu corazón otro más fuerte, vi cómo tu piel se endurecía, envolviéndolo, como el centro de mesa a la naturaleza muerta.            
                                           (Intentaba envolverte a ti)
Vi los platos blancos.
                                           (En tu pecho, me distrajo el viento)
Vi tu nunca y tu no.    
                                           (No viste el signo de mi pregunta)
Vi en la mesa puesta la manzana de loza.
                                           (Hacia la periferia, como la flecha alegórica, tu mirada, sin llegar nunca. Salí a
                                           buscarla. La puse ahí, en el centro)

Él y ella se dijeron

En la mañana
                    (En la tarde)
En la casa sola
                    (Tu taza sola)
La rosa seca
                    (El tallo en alto)
La taza al sol
                    (No la sostuve)

Por encima de la torre de las cosas.

                   (El amor no era esa torre)

Caíamos seguíamos subiendo.

Dijeron a coro los espíritus:

Levanten la piedra de la vida, queremos salir.
De un lado a otro, en pos de un sonido lejano, nuestros corazones de tierra, repitiéndose, repitiéndose, nuestra lengua gastada deseando atraparlo.


Él y ella se dijeron:

Arrodillada, has comido de mis vísceras creyendo encontrar en ellas las vísceras de los otros.

                                    (La presencia, su rota escalera enredada en tu cuerpo.)

Música muerta de la entraña en mí comías.
Tierra sin cielo comías, cansancio, piedra y sombra.

                                      (Y comiendo te escuchaba.)

Yo sólo escuchaba el sonido de tu boca en la casa sin nadie.
Quería alimentarte y te abrazaba en silencio.

                               (Pasó mi boca por tus palabras, entraron mis manos por tus palabras.)

Al encontrarme me encontró tu error.

    
Dijeron las voces del televisor:

Nuestros pies se deshacen, nuestras manos se deshacen escarbando por un poco de sombra.
    Llueve.
    Vemos el cielo en el fondo del pozo.


Él y ella dijeron:

 Nos hemos acostumbrado al dolor.

                                                 (Nuestro dolor es la única costumbre.)    

Ella abre las puertas, pero ya estoy adentro.
Ella, la que no me ve.

                                                                                                                      (Abro la puerta para que él me vea.)

De un lado a otro avanzo y caigo con torpeza: he tropezado con ella. De un lado a otro hago la nada con una orden.

                                                 (Estamos en nuestra casa, nuestro cielo sin sombra. Nos mantiene juntos un remoto y tristísimo olor.)
 
Ella prepara la comida para nadie.
A veces creemos que los hongos de las paredes son verdes mariposas. Nos cubrimos con  los bordes de la vida.

                                                             (Nos cubrimos con los bordes de la muerte.)

Dormimos.
                                                                                      (Dormimos.)

Dijeron a coro los testigos:

La ciudad estaba dentro de la casa.
Atravesamos la casa como se atraviesa un error.


Ellos dijeron:

En el jardín cerrado de esta casa cerrada hemos construido el amor.
Lo hemos dibujado, trazo por trazo sobre la pared blanca, y bajo un cielo descubierto y frío nos hemos sentado a contemplarlo.
Fue creciendo en la primavera como una flecha hacia el invierno, como crece un brazo sobre la vacía mesa del pensamiento.
Crecía como un regalo de la muerte.

(Salimos de la casa buscando un lugar donde morir.
Y en el camino, una ruta muy larga, hacia ninguna parte, nos cruzamos con nuestro primer maestro, que ya había muerto.)

Contra nuestro plato de hojarasca, contra nuestro cuerpo quieto, su vaso con aire.
Contra la sombra que espera, contra el último vidrio y contra el último sol.
Dimos un regalo a la muerte.

(Lo vimos a lo lejos, de espaldas, caminar con lentitud, su traje roído por un mapa de lluvias, de polvorientos errores.
Quisimos acercarnos, parecía fácil, pero siempre lo teníamos por delante.
Quisimos llamarlo, pero no se detenía.)

Hemos dibujado sin descanso y después hemos borrado sin descanso.

(Así continuó enseñándonos, en silencio, viejas aporías, perseverancia, y a caminar en la oscuridad.)

Y la hemos seguido a ella, maestra del blanco.


Dijo el coro de los espíritus:

Vibró un árbol de cemento con raíces de cemento en la mente del constructor, escapando de la muerte, hacia otra caverna más grande, más luminosa, rascando con las antenas  desde las ramas más altas, hacia la Nada y sus ventanas.
Nosotros vibramos con él, ascendimos con él, hacia la estrella sola.

Soñábamos con el Fénix: estaba muerto.
Estaba muerto y seguía volando.



                                                             *****************


Yo dije volvamos a la casa.

(Volvimos.)

En la casa las sillas se mueven solas cuando bajamos la vista.
Nuestras manos se mueven solas cuando cerramos los ojos.
Pero nuestros cuerpos se acercan sin poder tocarse.

(Estamos creando el pasado.)

La casa hundida a pleno sol.
Digo bajemos las persianas.
Digo cerremos las puertas, para que algo quede, cerremos con llave todas las puertas.

(La sábana rota, en el cordel al viento, nuestra última bandera.)

 



 

 



Claudio Archubi (Mar del Plata, 1971). Es doctor en Física e investigador del CONICET. Trabaja en el Instituto de Astronomía y Física del Espacio y es docente de la Universidad de Buenos Aires. Ha colaborado con las revistas Hablar de poesía, La pecera, Auca de las letras, El Navegante y la revista virtual Transtierros. Es columnista de poesía en el programa Moebius de la FM virtual: arinfo.com.ar. Ha publicado un libro de cuentos La forma del agua (Universidad de La Plata, 2010) y dos de poesía en prosa: Siete maneras de decir tristeza (Lima, 2011) y Sísifo en el Norte (Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2012). En 2010 participó como expositor en la Feria del Libro de Buenos Aires. En 2011 se realizó en Lima una muestra internacional de pintura basada en su libro de cuentos. En 2012 fue invitado al Festival Internacional de Poesía de Lima. Ese mismo año obtuvo la única mención de poesía que ha otorgado la editorial Ruinas Circulares. Textos suyos han aparecido en selecciones de poesía argentina realizadas por revistas de Portugal y Colombia. Mantiene el sitio web: http://carchubi.wix.com/claudio-archubi

 

 

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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