1. La primera norma de una editorial debe ser la telepatía
Entras a un sembradío. Tienes veintitrés años. Llevas una playera y un short idénticos a los de tu novia que has perdido de vista. Las espinas y las ramas te pican los brazos. En diez segundos la temperatura subió 20°C. Estás desorientado. Gritas el nombre de ella. Su respuesta te desconcierta. La oyes muy lejos. Cuando logras salir, te espera sentada, mastica un jitomate. Tiene los labios, las comisuras y el cuello húmedos. Horas después viajan de regreso a la ciudad en una camioneta, sin hablarse, acostados en la cajuela, muy juntos.
La última mujer que estuvo conmigo en ese departamento tenía 40 años. Habíamos sido amantes. Ella usaba un pretexto para poder usar otro. No lograba relajarse porque no podía terminar los libros que aún no le enviaban. No salía de vacaciones porque seguramente el cloro de la alberca la enfermaría. Anticipaba y evitaba grandes tragedias con pequeñas que no sucedían. Era muy blanca y se teñía el cabello de azabache. Me fascinaba su cuerpo. Estuvo media hora en la cocina, recargada en la pared se lamentaba por no haber terminado sus estudios, de la vida de sus hermanas en el extranjero. Cuando se interrumpió para beber agua vi cómo la situación y yo la aburríamos, cómo le hubiera gustado aventar su vaso contra el piso (dejar un charco que yo no secaría) y largarse
Más extraño que una novela de ciencia ficción o los videos que miras en las madrugadas es vestir a tu hija para que vaya al ballet. O mirarla dando vueltas sobre su propio eje en un columpio. Ésa es ella de seis años, un organismo en el universo. Éste eres tú, un organismo viejo en ese mismo universo. Luego, durante la comida ella deja un poco en el plato y tú debes retarla. También existe ese instante en que miras cómo el shampoo comienza a convertirse en espuma en su pelo. Más extraño que esas fotografías que gustabas coleccionar cuando tenías veinte años.
El hombre debe llegar en diez minutos a su trabajo. Antes de pasar al súper y a la imprenta. En la mesa dejó un tablero de damas al que le cayó un cuenco de arroz ayer a mediodía. El hombre parece un buzo del siglo XVIII, más preciso es una escafandra que habita una ciudad del sur del continente. En el congelador, junto al atún que hoy cenará, tiene los diseños de las portadas de los libros de 2016. En el cenicero, que no usa, algunas páginas que debe corregir antes de octubre, ya es diciembre.
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Jorge Posada (San Luis Potosí, 1980). Es autor de Costa sin mar (UAM, 2012), Adiós a Croacia (Zindo & Gafuri, 2012) y La belleza son los aeropuertos vacíos (Liliputienses, 2013). Tiene el blog <http://costasinmar.blogspot.com>
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