Lo observabas con miedo y con un poco de lástima. Estaba pálido y el sudor hacía surcos sobre su piel. Agitaba los brazos como si un mecanismo interno se hubiera movido de su sitio original. Tendría unos 18 años. De pronto, con una energía monstruosa, brutal, comenzó a golpearse a sí mismo. Nadie sabía su nombre ni con quién venía. Lo único seguro, pensabas, era que miraba desde otro instante, desde algún velado rincón de su conciencia. Sus ojos estaban desorbitados y parecía perdido en medio de la multitud. A Octavio se le ocurrió llamarlo El Espectro.

Unas horas antes, sentías el placer de una mañana fresca y nítida. Un viento frío envolvía los cuerpos tibios y laxos de los asistentes al Summer Fest 2007. Sobre el suelo árido y con la pirámide del Sol como testigo, algunos jóvenes aún bailaban, envueltos en gruesas chamarras de todas clases y colores. Otros, como tú, sólo miraban. Estabas muy cansada, pero Octavio no parecía notarlo.

Cuando llegaste, la noche anterior, las luces multicolores revelaban rostros eufóricos y sonrisas mecánicas. Unos te parecían conocidos, quizás por costumbre. Generalmente, la banda que asiste a esas fiestas es la misma. Sin embargo, todos te resultaban extraños, indiferentes, absurdos. Seres sin nombre incapaces de establecer vínculos reales. “Es que cada quien está en su rollo”, dijo Octavio.

La música provenía de un pequeño escenario, compuesto por una tarima blanca y una mesa  sobre la cual los dj’s mezclaban sus melodías. Las estrellas fueron Electro Sun, Vibe Tribe y Stereomatic, músicos israelitas exponentes del psycodelic trance. El revoltijo de sonidos excitaba las entrañas de los jóvenes. Los bailes frenéticos de unos eran admirables. Parecían máquinas descompuestas a punto del colapso total.

el_espectro_1_-_yron_db.jpgDespués de bailar un rato, Octavio te invitó una chela. Su sabor era desagradable, pero tenías sed y bebiste sin chistar. No llevaban tienda de campaña como los demás, por lo que se acostaron en el suelo. Él se durmió de inmediato y tú pensabas en cuán larga sería la noche y en cómo luciría todo por la mañana. Cuando un ligero sueño invadía tu cuerpo, una sacudida te hizo despertar. Algo había caído sobre Octavio. Olía a una mezcla entre alcohol, cemento y orina. Era un peso muerto al que luego el llamaría El Espectro. Fue así como lo viste por primera vez. Te asustaron sus ojos sin luz y su semblante pétreo.

Decidieron no volver a dormir. Entonces Octavio encendió un cigarro y un humo dulzón, inconfundible, se apoderó de sus labios, de todo él. Instantes después tú disfrutabas el mismo placer. El tiempo se hizo más largo. Ya no querías pensar y te perdiste entre la música que parecía subir y bajar, como en una montaña rusa.

Los primeros atisbos de la mañana te hicieron sonreír mientras esperabas a que Octavio despertara. Después de un rato, volvieron a acercarse al escenario. Los seres anónimos columpiaban sus cuerpos sin mucha fuerza. No eran los mismos de anoche. La euforia provocada por los ajos y los aceites se había fugado. Quienes seguían con la modorra a flor de piel, abandonaron sus tiendas casi al mediodía. Caras confusas, con muecas ensalivadas y miradas torpes, salían  de sus refugios en busca de comida.

el_espectro_2_-_martwork.jpgLos israelitas desaparecieron  y la música había quedado a cargo del dj Set. Querías irte, pero Octavio parecía complacido con la idea de permanecer hasta el final. Fue entonces cuando volviste a verlo. Era muy fuerte a pesar de su deplorable estado. Una costra de saliva seca cubría su mentón. Aún recordabas su olor nauseabundo, su mirada terrible. Después de gritar palabras incomprensibles se alejó dando saltos, como un mono de circo.

Al cabo de una hora y al notar tu nerviosismo —había que llegar temprano a casa, pues no habías pedido permiso— Octavio accedió a emprender el regreso. Antes de partir, detrás del escenario, un bulto palpitaba levemente. Dueño de un sueño imperturbable, el rostro tan temido parecía recobrar su normalidad, como si guardara la locura para más tarde.

Empezó a llover. Delgadas gotas humedecían su cuerpo, pero no consiguieron importunarlo. Su respiración era un murmullo, apenas un indicio de vida. No sabías nada de él, pero estabas segura de que no ibas a olvidarlo, al menos no hasta el siguiente rave.

 


Ilustraciones:
Yron_Db. www.sxc.hu
Martwork. www.sxc.hu


Karla Isabel Calderón Martínez (México, 1985). Estudiante de Ciencias de la Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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