Crónica / abril-mayo 2024 / No. 110

Hoy es un buen día para derribar el patriarcado


Elisa Aguilar Funes

Fotografías de la autora

Para Silvia, mis hermanas y las Señoras Sentadas

Dónde están bailando, dónde las muchachas, todas. Sus sonrisas ahogadas por las piedras. Dónde el fragmento de sus cuerpos. Digan, dónde las muchachas bailan, dónde levantan las manos pálidas, no sus huesos —revoltijo para los perros—. Digan dónde, dónde quedan las voces, luces en la arena, no sus marcas en las dunas. Dónde las muchachas no están muertas, dónde el aire sacude sus cabellos, no como una ofrenda sino como la cosa viva que tomaron.

Mónica Nepote, “Las muchachas bailan”, Hechos diversos



Cartel con dibujo de ternurines, la leyenda dice: Hoy es un hermoso día para destuir el patriarcadoEl viernes 8 de marzo de 2024, 180,000 mujeres apelaron a un sistema social injusto. ¿Quiénes detentan el poder, dónde están y desde dónde nos escuchan? ¿Desde dónde nos ignoran? ¿Le gritamos a hombres únicamente? ¿Qué ocurre con la ciudadanía?

Debanhi, Lesvy, Esmeralda, Janine, Maricela. Nombres de mujeres que han unido, sin desearlo, merecerlo ni buscarlo, a diversas activistas. Nombres de mujeres que fueron elegidos con cariño por sus madres y padres. Alaridos, coros, chiflidos, risas, rabia. A la marcha no hemos ido a divertirnos, sino a encabronarnos.


Hoy ingresan de forma gratuita al metro Universidad cientos de mujeres, muchas de ellas estudiantes universitarias, para abordar el tren rumbo al centro de la Ciudad de México. Colectivas y mujeres solas o que van con sus amigas, juntas al final, para exigir un trato humano, digno y equitativo. El doble de mujeres que marchó en 2023 salió este año a una temperatura máxima de 31°C y con contingencia ambiental. Están tristes, pero también enojadas.

En cada estación, suben más mujeres vestidas de violeta, morado o verde; muy pocas descienden. La espera es larga en las paradas mientras que la presión entre los cuerpos de las pasajeras y el calor se incrementan. La mayoría baja en la estación Juárez para incorporarse a la marcha en Reforma, a unos metros de la Glorieta de las Mujeres que Luchan, punto de partida de la convocatoria.

Avenida Juárez está cerrada y, como en un patio escolar, muchas jóvenes se encuentran con sus amigas para intercambiar fruta y agua, se ponen bloqueador, diamantina y se encaminan a la marcha. La parafernalia que acompaña cualquier conglomerado humano en esta ciudad, sea o no de orden político, le ha permitido a un hombre ofertar sudaderas con un letrero de la película Rápidos y furiosos porque son moradas, ¿qué más da? Revender lo que se pueda es vital. Es la historia de México. Es políticamente incorrecto, pero no ilegal.

Entre los contingentes de la Facultad de Artes y Diseño y de maestras normalistas, muchas con sus hijas e hijos, una colectiva de científicas académicas de la UNAM, un par de amigas y yo, nos sumamos al río de negro y morado con pancartas artesanales que toman referencias de Ávatar, Taylor Swift, Kitty. Apretadas, avanzamos lenta y animadamente, cercando carritos de supermercado de mujeres que venden chicharrones, papas, refrescos y sueros de agua mineral preparada con limón, sal y chilito. Resisten bajo el rayo del sol este día de venta fuerte.
Alerta, alerta, alerta que camina
La lucha feminista por América Latina
¡Y tiemblen y tiemblen y tiemblen los machistas
Que América Latina será toda feminista!
En la marcha, se gritan nombres, se leen en los carteles, se rayan en las murallas, pero no existe un memorial permanente que disponga ante el conocimiento del mundo los nombres de las nueve mujeres que perdemos a diario en este país-tumba. Mujeres pobres, mujeres trans, niñas, adolescentes, afrodescendientes, migrantes, mujeres de pueblos originarios, de la tercera edad, con discapacidades, mujeres atravesadas por varias de estas condiciones multiplicadas por décadas.

Familia que marcha con playeras con consignas para que ninguna niña o ningún niño falteA partir de la Alameda Central, Martí Batres —al igual que su predecesora en la jefatura de gobierno de la ciudad, Claudia Sheinbaum— ordenó la colocación de vallas metálicas en la ruta de la marcha en los días previos. Parece como si el miedo a las mujeres aumentara desde que en marzo de 2019 se intervino la Victoria Alada. Ese año, el movimiento de Restauradoras con Glitter respondió: “Primero las mujeres, después las paredes”. Sobre las murallas que protegen los monumentos que honran a los hombres en el poder que preceden a las mujeres y hombres en el poder desde la época colonial, se va montando el memorial efímero de cartulinas y aerosol.

En el contingente, delante de nosotras, una madre carga en hombros a una niña pequeña y lleva aferrado al brazo izquierdo un preadolescente. Sus playeras rezan: “Por las niñas que no les creyeron en la escuela ni en su casa”, “Por tod@s l@s niñ@s, para que no falte mañana ni un@ en mi salón”.

Frente al Hemiciclo a Juárez, se reúnen activistas de la comunidad LGBTTTIQ+ junto a las estaciones de cuidado y recuperación preparadas por feministas para que quien necesite parar, cuente con un espacio seguro. En el activismo de los muchos feminismos que se expresan hoy, se sabe que los cuidados son la base de la explotación de las mujeres, pero también su fuerza y su poder. Civilizaciones de todo el mundo se han sostenido sobre la base del cuidado que proveen las mujeres. Daniela Rea, por ejemplo, dedicó a este tema su Fruto (2023), libro en el que ensaya y relata a través de su historia personal y de los testimonios de muchas mujeres cómo tuvieron que hacerse cargo de sí mismas y de sus familias.

De pronto, la marcha para y, tal como durante las búsquedas en los escombros después del temblor del 19 de septiembre de 2017, se levanta una ola de puños y el silencio se extiende desde el Eje Central hasta la Secretaría de Relaciones Exteriores. Atrás se oyen himnos cruzados y tambores: “Hay que abortar, hay que abortar, hay que abortar este sistema patriarcal”, “¡Verga violadora, a la licuadora!”. En otra oleada, nos acuclillamos para dejar ver. Las que llevan altavoces rompen el mutismo: “¡Leslie, te está buscando tu mamá!”. Y a los pocos segundos, la última ola levanta a todas, de adelante hacia atrás, porque Leslie está de nuevo con su madre. Ojalá que así se resolvieran todas las desapariciones. 

Marchando frente al Palacio de Bellas Artes, emerge un par de mujeres que pide enfáticamente abrir paso a la colectiva de Madres Buscadoras. Fueron citadas para tomar la palabra en un templete a las 4 pm en la Plaza de la Constitución, pero tantas marchan, que se han atrasado y tienen la prioridad. El pequeño grupo de madres transita silencioso con la incertidumbre, con el peso que aplasta los corazones de todas las que les abrimos el paso. Una de ellas levanta una pala y con ésta se eleva el coro general: “¡No están solas, no están solas!”. A varias se nos dificulta contener las lágrimas.

Seguimos por el Eje Central hacia 5 de Mayo cantando: “Señor, señora, no sea indiferente, se mata a las mujeres en la cara de la gente” en el punto donde más tarde tratará de llamar la atención un golpeador de mujeres en motocicleta.

Mujer prende bengala de humo verte sobre puesto de periódicos ante multitudCaminar entre los palacios atrincherados del centro de la megalópolis me hace plantear más preguntas, quienes escuchan, ¿qué escuchan? ¿Cómo ven estos reclamos? ¿Hay hombres que se sensibilicen ante estas manifestaciones? ¿Hay políticos, funcionarios, policías que cambien su actuar con base en el reclamo de justicia y la expresión masiva de dolor?

A los balcones de este corredor, se asoman médicas en un consultorio odontológico frente a la Alameda con pañuelos violetas; meseras en los restaurantes y taquerías hacen los mismo en 5 de Mayo. Las que marchan responden: “¡Esa morra, sí me representa!”. En Filomeno Mata, una hilera de granaderas mujeres se introduce por los lados del río violeta, por supuesto, bajo el coro de reclamos: “¡La policía no me cuida, me cuidan mis amigas!”. Adelante, en Motolinía, una joven se trepa al techo de un puesto de periódicos donde enciende una bengala verde que se celebra profusamente. Se dispersa un olor a pólvora. Mujeres del bloque negro golpean, patean y rayan las vallas; una joven muestra su cartel: “Marcho porque mi mamá no me creyó” con una sonrisa al oír que no está sola.

Las violaciones se perpetran en el hogar: padres, tíos, vecinos que agreden a sus hijas, nietas, sobrinas. Hoy se nombra a las niñas que deberían estar seguras en sus casas de haber ido a estudiar a sus escuelas. Como Esmeralda Castillo Rincón, a quien recientemente borraron del Registro Nacional de Mujeres Desaparecidas. Su papá es el único hombre que marcha en el 8M y, junto a su esposa, pide que no olvidemos a su niña desaparecida en 2009. “No somos una, no somos diez, pinche gobierno, cuéntanos bien.” 

A pocos metros de entrar a la Plaza de la Constitución, la marcha para nuevamente y el oleaje de búsqueda se repite: puños arriba, silencio, cuclillas. Esta vez, Jocelyn se separó de su mamá. En breve, reaparece y se festeja. Queda de manifiesto que las mujeres organizadas han aprendido a cuidarse y buscarse mucho mejor que las autoridades. Y entre consignas, lo primero que se ve al reiniciar la marcha, es la Catedral. “Saquen sus rosarios, de nuestros ovarios.”

Al pisar el Zócalo, detrás de un carrito de papas y chicharrones, se manifiesta una mujer de la tercera edad en silla de ruedas. La acompañan dos muchachas y un joven que sostienen una lona con la fotografía de una adolescente desaparecida donde esta mujer pide justicia para su nieta. En seguida, una jovencita sostiene otra lona similar con la fotografía de su madre, víctima de feminicidio.

Dolor, verbena, rabia. En el templete colocado frente al Palacio Nacional, las Madres Buscadoras declaran que sus tragedias no serán botín político de ningún partido ni de candidato alguno.

Multitud de mujeres en plancha del Zócalo de la CDMX

Atravesamos la plaza procurando no pisar a las mujeres que departen en el suelo, como el contingente de mujeres en patines. Un grupo rodea a dos chicas con playeras blancas enormes y un letrero que invita a pintarlas si han sido víctimas de violencia de género. A sus pies, un botecito de pintura roja y una brocha. Las jóvenes se turnan para pintar las playeras con esa sangre simbólica mientras que un par de madres con sus niñas lloran ante el performance. A pocos metros, círculos de pancartas carbonizadas y, en el centro, un grupo de mujeres que iza una bandera verde, blanco y rojo, pero con un símbolo femenino al centro en lugar del águila que devora una serpiente en el asta monumental. 

Me pregunto qué queremos con todo esto, ¿a quién le hablamos? Políticamente, la meta parece lejana, pero el clamor es por justicia, por las vidas, por el reconocimiento de la humanidad de las mujeres en el siglo XXI. En un entorno inmediato, se apela a que ellos también se conmocionen, que actúen, que dejen de protegerse entre sí. Que busquen con las madres, que lo rompan todo, especialmente el pacto patriarcal. Por ahora, estamos juntas.

Carteles en palacio de gobierno de la Ciudad de México
Elisa Aguilar Funes (Estado de México, 1984). Comunicóloga, es jefa del Área de Proyectos y Ediciones Digitales de Literatura UNAM. Ha publicado reseña, ensayo, crónica, cuento y entrevista en Punto de partida y Punto en Línea. Promueve actividades en torno a la convergencia de la literatura y el montañismo. Un cuento suyo se incluye en Sinvergüenza. 1ra Antología de Cuentos de Tinta & Sal (2022).


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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