ensayo / abril-mayo 2024 / No. 110


Ensayo de despedida


Casandra Cruz


Me pregunto qué pasa con todos los pensamientos que le dedicamos a los otros. ¿A dónde van? ¿Se quedarán almacenados en algún lugar en particular? ¿El otro alcanza a percibir las vibraciones de nuestros pensamientos? ¿Cómo combatir la curiosidad y fantaseo de saber si alguien está pensando también en nosotros? No sé, no tengo una respuesta. Este ensayo, en realidad, se pregunta más bien por los últimos pensamientos que le dedicamos a los otros, los pensamientos de despedida, muchas veces no verbalizados.

Nunca he sido buena con las despedidas. En general, nunca he sido buena hablando. Aunque pareciera contradictorio decir esto, porque en la práctica cotidiana imparto talleres por aquí y por allá y sé que para ello se requieren ciertas habilidades lingüísticas. Dar clases me parece cuestión de un cierto acomodo del pensamiento, de un ordenamiento lógico de las palabras o las ideas a presentar (creatividad dispositiva) que no implica necesariamente revelarse como persona. O tal vez sí, en un grado menor. Dando clases te expones más bien a las fallas lógicas, a las muletillas, a los errores intelectuales, a equívocos perfeccionables. Todo ello recae en la propia persona y pronto es olvidado por los demás. En la práctica docente lo que está en juego es el grado de honestidad y humildad con que se aproxime al conocimiento. En cambio, hablar de lo personal, de los sentimientos y afectos siempre me ha parecido de un carácter más complicado. En la revelación mediante las palabras hay un compromiso de honestidad moral que exige ser recordado a cada momento. Las palabras adquieren una dimensión peligrosa y compleja. Son como un campo minado sobre el cual hay que caminar con suavidad, midiendo cada paso con cautela.

Recuerdo con penosa vergüenza las ocasiones en que me reúno con amigos para alguna cena de fin de año o para celebrar algún momento especial y, al llegar a la dinámica de dirigir unas palabras a los otros siempre termino diciendo lo mismo: “Estoy agradecida de estar aquí hoy con ustedes. Los quiero”. Y estas palabras, ya bien conocidas por ellos, siempre terminan sonando en su mente como un “los estimo”, con todas las capas de frialdad y distancia habidas y por haber. La verdad es que me pone un poco nerviosa tener que expresar mis sentimientos de manera inmediata.

Busco razones para explicarme por qué soy tan mala con las despedidas y encuentro lo obvio: que me cuesta marcharme de alguien o de algo; que no tomo decisiones con firmeza; que me aterra la ausencia y el abandono; que el momento de despedirse me parece un acto tan extraño e impactante que me quedo congelada; que siento un abismo abrirse entre la persona de la cual me despido y mi persona; que los puntos finales dejan al descubierto eso: el final. Y el final siempre trae consigo rencores, resentimientos, tristeza, recuerdos, palabras no dichas, compromisos incumplidos, impulsos, amor (por qué no), tensión dramática, vacío, posibilidad, una sacudida del presente.

Pienso en las despedidas imposibles. Aquellas en que la vida dice “hasta aquí” e interrumpe el curso habitual de las personas. Son como terremotos devastadores. Pienso también en las despedidas dolorosas —no por ello menos imposibles—, en los siguientes versos de Idea Vilariño:

No llegaré a saber […]
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.

En siete versos cabe la imposibilidad; la interrupción de algo: de un conocimiento del otro, de un conocimiento conjunto. En siete versos la autora retrata el momento definitivo de distancia entre dos personas. En ese “no” hay imposición, “no llegaré a saber” (en un futuro) de ti, así como tampoco me queda la certeza (en este momento) de qué signifiqué para ti y tampoco sabré cómo hubiera sido la vida al lado tuyo. En ese “no” asistimos al entierro, al punto final de una historia. Hay en él muchas dudas y especulación. Duele.

En las despedidas hay algo que nos transporta de nuevo al principio: a los abrazos torpes, a la primera carcajada juntos, las caricias de reconocimiento, las primeras imágenes en que se cifró un mundo simbólico: la música, los espacios, los guiños, las señales. Una especie de nostalgia nos lleva a recordar toda aquella experiencia visual, olfativa, sensorial que nos marcó del otro. Es la culminación de un conocimiento parcial del otro, secreto, sólo entregado a nuestra persona y también de un tiempo que no volverá jamás. Tal vez por eso recurrimos a los primeros momentos, para sellar de manera definitiva lo que fue y no fue, para dejar constancia y llenar el vacío.

¿Cómo despedirme entonces de ti? ¿Qué decir y qué guardar para mí? El momento que más me intimida ha llegado. El ensayo se está terminando y la única respuesta que encontré fue: un texto fragmentario que busca hablarte de cerca, a ti que ya no estás. Un texto con aparente resolución. Un texto distinto a mis otros recientes escritos desperdigados en libretas y archivos de computadora. Un escrito que nació de un impulso vital, de una vivencia de las que habla Lukács que “no podrían ser expresadas por ningún gesto y que, sin embargo, ansían expresión”. Un decir que nació como pregunta. Y una respuesta tentativa.

Este ensayo de despedida se me presenta como una nueva luz que inunda y esclarece todo lo demás. Como una nueva forma de escribir y compartirme a través de mi escritura. “Con deleite, Anna respiró a pleno pulmón el aire helado y cargado de nieve y, de pie junto al vagón, contempló el andén y la estación iluminada”.

Con deleite respiro el aire helado y húmedo, cargado de lluvia. De pie, junto a la puerta de la biblioteca, aspiro el nuevo aroma que ésta ha adquirido para mí al abrir sus puertas. Entro y me dispongo a escribir: ¿a dónde van los pensamientos que le dedicamos a los otros?
Casandra Cruz (Guanajuato, 1998). Es estudiante de Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Sus principales intereses giran en torno a la literatura y el arte en general. Ha publicado en El Gallo GalanteSoflama, Small Blue Library, Librópolis (UNAM) y Ágora (COLMEX). Recientemente participó en el taller de ensayo literario de Luis Paniagua. 


 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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