poesía / abril - mayo 2024 / No. 110

¿No me has observado cuando camino sin ayuda de una mano?
[Sigmund Fred persigue su nariz. Diarios de trabajo]



Sobre la perversión 

La escuela católica me enseñó a mentir. Las monjas nos vigilaban en cada rincón. Decían que los caracoles pueden andar sobre los discos de Saturno. Una paloma dejó encinta a una mujer. Él resucitó al tercer día. Nunca lo mataron: catalepsia. Se durmió durante la crucifixión: agotamiento. Primer misterio. Los corderos desgarraron la piel de la fiera. Dibujaron sobre las doce tablas. Incesto. Abraham escuchaba voces e Isaac veía personas montando caballos de mar: Clorpromazina. Sara usaba anticonceptivos. Nunca nos quisieron hablar del amor entre David y Jonatán.  

Nota del autor: vine al supermercado por los alimentos que pensé más agradables al paladar: una cebolla morada, tres jitomates. Cilantro. No recuerdo cuál es el platillo favorito del que se angustia por pasar del estado activo al sueño profundo. 
Oneirocrítica: salí del mar; caminé hasta la playa, noté que solo portaba mi reloj: el traje de baño me abandonó: busqué la tumbona, no estabas sobre ella. Pensaba los ojos como recuerdo basal; lo primero que miré fueron sus ojos: el padre: protector: alfarero de mundos.

Una televisión encendida: ruido blanco. Los papalotes se han enredado en las nubes. Epifanía. Hay certeza en señalar una parte del planeta: un verso. Las búsquedas teológicas parten de la misma postura que las búsquedas racionales. A veces pregunto a mi alrededor: ¿Cuál fue el comienzo? ¿Dónde fue el principio? ¿Quién es él? Los discursos circulares, tentáculos de calamar, no buscan la extensión de la pregunta sino la sequedad de la respuesta. Solo hay dios. No les creo. El ruido blanco me dice que hay más del otro lado de la palabra. Límite de la sombra. 

[Sobre el diván]:
Los recuerdos pesan más 
que la propia tarea de contarlos. 
Una casa es 
  una casa 
    cuando 
se le reconoce así. 
    Un abrazo es una casa.

Mi padre me pide que le cuente algún 
Recuerdo. Yo hablo con cautela. 
Recuerdo sobre la infancia. Recuerdo
la noche iluminada con 
estrellas que miran el mundo; una ola sobre la arena. 
La primera vez que hablé con dios le pedí 
devolver mi alma a su postura natural. 
Mi padre dijo que yo era un invertido. 
Cara que mira hacia el frente. Pectorales 
nudos que apuntan hacia el pasado. Mi techo 
es una noche estrellada 
cuando las imágenes neón se abren paso
ante las pesadillas. 
Niño admirando el universo. 

Nota del autor: a veces escucho los sonidos de la casa: el agua cuando arrulla la tubería; el refrigerador anunciando vida; el silencio que se cuela por las rendijas del viento. Hace poco supe de la distancia que hay entre una llamada y el oído, casi siempre hay abismo en ese espacio. Si se mata al padre siempre se convierte en uno: maldición.
Oneirocrítica: mientras te esperaba, puse un pedazo de algodón sobre mi ombligo: tuve un sueño: soñé que soñaba: el llanto marino, en ocasiones, termina abrazado por la playa.

Diario de trabajo: Bergasse 19: la soledad de los amantes es equivalente a la fisura del mundo, así se siente. Cuando uno de ellos se aleja, el otro pierde todo, aunque lo esté tocando con las plantas de los pies. El deseo del uno por el otro se alimenta de las ausencias. En sus ojos vi los ojos de mi origen; sonreí al entregarle el mundo; me supe un animal pequeño a punto de ser devorado. 

Primera declaración: la tumbona vacía estaba llena de ti; caminé hasta el montículo de la despedida e inhalé ausencia de alto costo, contrabando, contenida en frenesí. Te esperé sobre la arena, aunque sabía que había perdido el mundo. 


La soledad de los helechos

El analista se baña frente a la pared de cristal.
Se mira en el espejo
empañado por el vaho donde
escribe:
1) La soledad de los helechos es proporcional
 a la soledad de las palabras. 

2) Hay pensamientos sobre los que
no tenemos control. Caballos salvajes 
en la taiga.  También hay caballos
de mar sobre los que no podemos
montar; casi todos los equinos 
marinos son indomables. Pueden ser
dualidad inmediata: padre y madre. 
3) Todo padecimiento debe ser curado.

Pero él no sabe lo siguiente: el que reviste 
las conductas punibles, 
en ocasiones no
quiere ser curado. No hay una deuda
victoriana en la secrecía de la confesión
ni en la vía de la palabra como favor
del reconocimiento. 
En ocasiones uno piensa en la cura
como única salida. Pero, también
en ocasiones, el caos
es alivio. 
Mi madre me confesó lo siguiente:
  sentía que 
  su alma volteaba para distintos lugares.
La mía, en ese caso, siempre ha mirado
para un lado equivocado  ergonómicamente
hablando. A veces me quito el alma
y miro el absurdo: toda cura 
es bondad [falso]. La paciencia elimina las posibilidades
del vapor sobre el cristal. 
El analista toma sus genitales 
con la mano izquierda, presiona,
siente dolor. Acaricia
su pezón derecho con la mano
diestra. 
El analista se mira
en el espejo del baño y sabe
que el padecimiento
placentero
viene también del dolor. 
Pero debe ser guardado en secreto. 

Nota del autor: esperé su llamada; después de buscarle bajo el sol austriaco, entendí que la espera es una forma de dilución del yo: se transforma en otro: es deseo. Abandono. Yo me volví cocaína. Meses más tarde soy mundo arrebatado, por eso hay arrugas en mi cara. Años más tarde soy sombra del recuerdo: una mano sostiene la mía y camina en dirección a la totalidad del sol.  A veces uno es Edipo; a veces uno es Electra. 
Oneirocrítica: las ratas se comieron la casa; mordieron cada pedazo de madera, no había tiempo de explicarlo todo, dijeron; tampoco hubo forma de entender su angustia. 
 
Digresión: 
En un cuarto oscuro bailo: alejo a las bacantes disfrazadas de tormenta seminal. Él enciende una vela. Él camina hacia los otros: enredaderas corpóreas, humanas. Él es una mano sobre la boca rodando hasta la fisura dorsal. [Recuerdo]: Andrés el viajante polaco. Andrés el de ojos aceituna. Andrés despedida. Andrés culpa escolar, prejuicio, condena. Andrés miedo. Andrés el cielo rasgado. Andrés camina hacia el sillón. Andrés mastica una mano almacenada en el refrigerador. Andrés lee a Bajtín. Andanza sobre Porzellangasse hasta el encuentro con Bergasse. Andrés el mundo, la huida, los amantes. Andrés la soledad. Andrés una taza de Glühwein. Un capricho introducido a la nariz. Andrés nulidad. Andrés se llamaba origen. Andrés la mano que me llevaba por el mundo. 

Ayer me olvidé de dios en la cama. Él, en venganza, creó un universo del que me hizo dueño. Lo dejó sobre mi almohada. Yo dios. No dios. Por la noche me entregó el universo en la punta de un alfiler. Eres el principio, me dijo. En sus ojos la venganza lloraba. Pude verlo todo desde ahí: No dios. Cerré la mano. Tan fuerte como pude. He visto el mundo sofocarse. Puedo ser caprichoso. Puedo ser dios.
 
Diario de trabajo: Bergasse 19: La muerte del padre es anunciación de dominio. Una persona madura cuando acaba con las enseñanzas de los ídolos. Fruta madura: mango rosado: cáscara sólida: néctar dulce: saborizante en polvo. Un padre es llaga de madurez no pedida. No siempre hay cigarros en la tienda más cercana. Freud dixit. 
Mi padre dejó el hacha y caminó hasta la frontera entre el bosque y el sendero. Nunca antes había observado la pequeñez de sus manos. Intentaba asir el cielo, pero nada era suficiente.
De niño correteaba un papalote. Sus manos hacían caricias a los nudos montañosos. Él recorría la historia rellena de preguntas; fue desechado por el guionista. No recibió pago durante más de cuarenta capítulos. A veces la muerte solo se simula mediante la reducción y el silencio. 

Kartoffelsalat: en sus diarios de trabajo, Sigmund Freud declaraba que los alimentos pueden influir en el ánimo de las personas. Afirmaba, por ejemplo, que altos contenidos en sal, pimienta y vinagre, terminan por crear una especie de angustia inusitada en quienes consumen ensalada de papas. 

Después de haber comido, me dirigí hasta el baño. Vomité. Perdí el vuelo de conexión entre Viena y Bruselas. Algo en mí se detuvo, se afianzó en la caminata. Sabía que el bacanal tendría fecha de caducidad. Transité la calle. Esperé la noticia. No entendía las miradas matutinas. El padre es mundo. Todo padre se vuelve caduco si uno adquiere la facultad de huir.

Diario de trabajo: Bergasse 19: salgo a la calle, camino hasta mirar la bifurcación; el sonido de mis zapatos se asemeja al sonido de un coco que cae sobre una casa vacía. Mi nariz es una especie de incubadora de blancos. El sonido de mis zapatos caminando hacia la bifurcación. La taquicardia dice que probablemente el narcisismo de mis manos se aprisione en un sí: sí deseo: sí una taza de algo caliente: sí unos zapatos que ahora suenan como puntas sobre el piso: sí una falda: sí un cuerpo que no me pertenece. Sí la caída y nacimiento de Occidente, el bar en el que deseaba encontrar un buen dealer. La caída de Occidente es la caída de mi mundo. La muerte del padre; muerte del origen, de la mano que es el mundo. 

Perversidad del deseo: alimento olfativo. Reconocimiento. Persecución. Cacería. Cuando miró hacia la calle, se dio cuenta de qué tan viejo era. ¿No has visto mi crecimiento, mundo? ¿No me has observado cuando camino sin ayuda de una mano? La soledad se alimenta por la capacidad mandibular de destrucción. El padre cae. El universo también cae. La muerte del padre es la condena del hijo. Padre es destino. 
El padre era carne de su carne y sangre de su sangre. El poder olfativo determinó que el olor de la destrucción era proporcional al dolor de la despedida. 

Cuando papá salió de la casa, lo esperó, papiro envuelto en llamas, sentado sobre la barda que miraba hacia la calle; lo imaginó, décadas posteriores reunidas en la frente, sobre una carreta sin alas que se dirigía al cielo. Llegó hasta esta playa en busca del padre; salió del mar y se acercó a la tumbona vacía. También supo que uno mata al padre cuando mira en los ojos del otro sus mismos ojos. Después de todo, el padre es un día soleado que cae con la tarde; es el sol que camina en el horizonte. 


[Sobre el diván]:

En la luna está incrustada la cara del padre.
Cráter visible. Recuerdo de la pregunta. 
Cuéntame qué ha pasado en tu clase de natación.
Mientras me lava los pies, el podólogo 
sonríe.
Yo tengo dos almas dentro de mí, 
¿cuál salvarías?
No hay salvación. 
Infancia no es destino. 
Avanzo en dirección contraria al sol. 
La vergüenza se hizo presente
cuando caminé sobre
el pasillo sin la capacidad del habla.
Había perdido una promesa
  servilleta con teléfono en color azul y 
el mundo estaba en ella. 
De mi boca salían notas musicales. 
Mi cuerpo desnudo no era importante. 
La vergüenza estaba en la
punta de su dedo, no en la dirección
a la que se anclaba. 
Cuéntame el pasado:
En la escuela nos enseñaron
que el mundo tenía envidia del falo. 
Y que toda mujer era una bomba
de histeria. Encerraban la locura 
en sus cabellos. 
Yo tengo envidia 
de no poder parir desde el cuerpo, de que
casi todo mi placer sea hacia afuera, y no 
hacia el interior, como una especie de
clavado olímpico, en donde la belleza
está en introducirse con cautela. 

 
La entrada de la casa viste un helecho. El terapeuta escucha. Calla. Respira hondo. Hay plantas que encierran el temor en la caída, como lo hace la consciencia. [Sobre el diván]:
abismo de la palabra; miro el horror que representa una puerta abierta, una palabra recién dicha, una imagen explicada. La rareza del mundo deviene oscuridad cuando se afirma autófago. Nunca he visto la cara de alguien nadando en la oscuridad. La cara de mi madre era la de otra mujer cuando cocinaba, irreconocible, los restos del mundo. Había que comer regaños con sabor a plantas enmohecidas. 

El sueño: Recorría la ansiedad con la palabra. Puse nombres a todo lo que se acercaba al momento de ojos abiertos. Era un pescador. Acomodaba restos de comida en el anzuelo. Los peces se acercaban. Con el anzuelo afuera, los vi: movimiento hacia la muerte. Hace poco llegué a este lugar. Lo exploro como si buscase algo ya conocido. El mundo es delirio regalado en una caja de zapatos. Mundo es una forma de caminata en la que la pregunta señala un problema. Las preguntas dan luz a lo desconocido. Desconozco el mundo, por eso camino entre sus recovecos. La cercanía de lo que rodea es inevitable. 

Hay espacios hasta en aquello que no se puede señalar. 



Israel Nicasio (Ciudad de México, 1987). Es poeta, cuentista y crónista. Licenciado en Filosofía. Maestro en Historia. Estudió el Diplomado en Creación Literaria en el Centro de Creación Literaria Xavier Villaurrutia. Estudiante en Literatura Mexicana del Siglo XX en la UAM. Obtuvo mención en la categoría de Poesía en el Concurso 53 de la revista Punto de Partida y mención, en el mismo género y revista, en el Concurso 54. Ha publicado en las revistas Punto de Partida, La colmena, Revista Monolito, Teresa Magazine, Hysteria!, Deslinde, Kañina y Revista Cronopio. Su primer libro de cuentos titulado Jugar a las canicas se publicó en noviembre del 2023, por la editorial Hayal Gucu.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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Editora responsable: Carmina Estrada. Reserva de Derechos al uso exclusivo núm. 04-2016-021709580700-203, ISSN: 2007-4514.
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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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