[Sigmund Fred persigue su nariz. Diarios de trabajo]
Sobre la perversión
La escuela católica me enseñó a mentir. Las monjas nos vigilaban en cada rincón. Decían que los caracoles pueden andar sobre los discos de Saturno. Una paloma dejó encinta a una mujer. Él resucitó al tercer día. Nunca lo mataron: catalepsia. Se durmió durante la crucifixión: agotamiento. Primer misterio. Los corderos desgarraron la piel de la fiera. Dibujaron sobre las doce tablas. Incesto. Abraham escuchaba voces e Isaac veía personas montando caballos de mar: Clorpromazina. Sara usaba anticonceptivos. Nunca nos quisieron hablar del amor entre David y Jonatán.
Nota del autor: vine al supermercado por los alimentos que pensé más agradables al paladar: una cebolla morada, tres jitomates. Cilantro. No recuerdo cuál es el platillo favorito del que se angustia por pasar del estado activo al sueño profundo.
Oneirocrítica: salí del mar; caminé hasta la playa, noté que solo portaba mi reloj: el traje de baño me abandonó: busqué la tumbona, no estabas sobre ella. Pensaba los ojos como recuerdo basal; lo primero que miré fueron sus ojos: el padre: protector: alfarero de mundos.
Una televisión encendida: ruido blanco. Los papalotes se han enredado en las nubes. Epifanía. Hay certeza en señalar una parte del planeta: un verso. Las búsquedas teológicas parten de la misma postura que las búsquedas racionales. A veces pregunto a mi alrededor: ¿Cuál fue el comienzo? ¿Dónde fue el principio? ¿Quién es él? Los discursos circulares, tentáculos de calamar, no buscan la extensión de la pregunta sino la sequedad de la respuesta. Solo hay dios. No les creo. El ruido blanco me dice que hay más del otro lado de la palabra. Límite de la sombra.
[Sobre el diván]:
Los recuerdos pesan más
que la propia tarea de contarlos.
Una casa es
una casa
cuando
se le reconoce así.
Un abrazo es una casa.
Mi padre me pide que le cuente algún
Recuerdo. Yo hablo con cautela.
Recuerdo sobre la infancia. Recuerdo
la noche iluminada con
estrellas que miran el mundo; una ola sobre la arena.
La primera vez que hablé con dios le pedí
devolver mi alma a su postura natural.
Mi padre dijo que yo era un invertido.
Cara que mira hacia el frente. Pectorales
nudos que apuntan hacia el pasado. Mi techo
es una noche estrellada
cuando las imágenes neón se abren paso
ante las pesadillas.
Niño admirando el universo.
Nota del autor: a veces escucho los sonidos de la casa: el agua cuando arrulla la tubería; el refrigerador anunciando vida; el silencio que se cuela por las rendijas del viento. Hace poco supe de la distancia que hay entre una llamada y el oído, casi siempre hay abismo en ese espacio. Si se mata al padre siempre se convierte en uno: maldición.
Oneirocrítica: mientras te esperaba, puse un pedazo de algodón sobre mi ombligo: tuve un sueño: soñé que soñaba: el llanto marino, en ocasiones, termina abrazado por la playa.
Diario de trabajo: Bergasse 19: la soledad de los amantes es equivalente a la fisura del mundo, así se siente. Cuando uno de ellos se aleja, el otro pierde todo, aunque lo esté tocando con las plantas de los pies. El deseo del uno por el otro se alimenta de las ausencias. En sus ojos vi los ojos de mi origen; sonreí al entregarle el mundo; me supe un animal pequeño a punto de ser devorado.
La soledad de los helechos
El analista se baña frente a la pared de cristal.
Se mira en el espejo
empañado por el vaho donde
escribe:
a la soledad de las palabras.
2) Hay pensamientos sobre los que
no tenemos control. Caballos salvajes
en la taiga. También hay caballos
de mar sobre los que no podemos
montar; casi todos los equinos
marinos son indomables. Pueden ser
dualidad inmediata: padre y madre.
3) Todo padecimiento debe ser curado.
las conductas punibles,
en ocasiones no
quiere ser curado. No hay una deuda
victoriana en la secrecía de la confesión
ni en la vía de la palabra como favor
del reconocimiento.
En ocasiones uno piensa en la cura
como única salida. Pero, también
en ocasiones, el caos
es alivio.
Mi madre me confesó lo siguiente:
sentía que
su alma volteaba para distintos lugares.
La mía, en ese caso, siempre ha mirado
para un lado equivocado ergonómicamente
hablando. A veces me quito el alma
y miro el absurdo: toda cura
es bondad [falso]. La paciencia elimina las posibilidades
del vapor sobre el cristal.
El analista toma sus genitales
con la mano izquierda, presiona,
siente dolor. Acaricia
su pezón derecho con la mano
diestra.
El analista se mira
en el espejo del baño y sabe
que el padecimiento
placentero
viene también del dolor.
Pero debe ser guardado en secreto.
Nota del autor: esperé su llamada; después de buscarle bajo el sol austriaco, entendí que la espera es una forma de dilución del yo: se transforma en otro: es deseo. Abandono. Yo me volví cocaína. Meses más tarde soy mundo arrebatado, por eso hay arrugas en mi cara. Años más tarde soy sombra del recuerdo: una mano sostiene la mía y camina en dirección a la totalidad del sol. A veces uno es Edipo; a veces uno es Electra.
Oneirocrítica: las ratas se comieron la casa; mordieron cada pedazo de madera, no había tiempo de explicarlo todo, dijeron; tampoco hubo forma de entender su angustia.
Digresión:
En un cuarto oscuro bailo: alejo a las bacantes disfrazadas de tormenta seminal. Él enciende una vela. Él camina hacia los otros: enredaderas corpóreas, humanas. Él es una mano sobre la boca rodando hasta la fisura dorsal. [Recuerdo]: Andrés el viajante polaco. Andrés el de ojos aceituna. Andrés despedida. Andrés culpa escolar, prejuicio, condena. Andrés miedo. Andrés el cielo rasgado. Andrés camina hacia el sillón. Andrés mastica una mano almacenada en el refrigerador. Andrés lee a Bajtín. Andanza sobre Porzellangasse hasta el encuentro con Bergasse. Andrés el mundo, la huida, los amantes. Andrés la soledad. Andrés una taza de Glühwein. Un capricho introducido a la nariz. Andrés nulidad. Andrés se llamaba origen. Andrés la mano que me llevaba por el mundo.
Diario de trabajo: Bergasse 19: La muerte del padre es anunciación de dominio. Una persona madura cuando acaba con las enseñanzas de los ídolos. Fruta madura: mango rosado: cáscara sólida: néctar dulce: saborizante en polvo. Un padre es llaga de madurez no pedida. No siempre hay cigarros en la tienda más cercana. Freud dixit.
Mi padre dejó el hacha y caminó hasta la frontera entre el bosque y el sendero. Nunca antes había observado la pequeñez de sus manos. Intentaba asir el cielo, pero nada era suficiente.
De niño correteaba un papalote. Sus manos hacían caricias a los nudos montañosos. Él recorría la historia rellena de preguntas; fue desechado por el guionista. No recibió pago durante más de cuarenta capítulos. A veces la muerte solo se simula mediante la reducción y el silencio.
Después de haber comido, me dirigí hasta el baño. Vomité. Perdí el vuelo de conexión entre Viena y Bruselas. Algo en mí se detuvo, se afianzó en la caminata. Sabía que el bacanal tendría fecha de caducidad. Transité la calle. Esperé la noticia. No entendía las miradas matutinas. El padre es mundo. Todo padre se vuelve caduco si uno adquiere la facultad de huir.
Diario de trabajo: Bergasse 19: salgo a la calle, camino hasta mirar la bifurcación; el sonido de mis zapatos se asemeja al sonido de un coco que cae sobre una casa vacía. Mi nariz es una especie de incubadora de blancos. El sonido de mis zapatos caminando hacia la bifurcación. La taquicardia dice que probablemente el narcisismo de mis manos se aprisione en un sí: sí deseo: sí una taza de algo caliente: sí unos zapatos que ahora suenan como puntas sobre el piso: sí una falda: sí un cuerpo que no me pertenece. Sí la caída y nacimiento de Occidente, el bar en el que deseaba encontrar un buen dealer. La caída de Occidente es la caída de mi mundo. La muerte del padre; muerte del origen, de la mano que es el mundo.
Perversidad del deseo: alimento olfativo. Reconocimiento. Persecución. Cacería. Cuando miró hacia la calle, se dio cuenta de qué tan viejo era. ¿No has visto mi crecimiento, mundo? ¿No me has observado cuando camino sin ayuda de una mano? La soledad se alimenta por la capacidad mandibular de destrucción. El padre cae. El universo también cae. La muerte del padre es la condena del hijo. Padre es destino.
El padre era carne de su carne y sangre de su sangre. El poder olfativo determinó que el olor de la destrucción era proporcional al dolor de la despedida.
[Sobre el diván]:
En la luna está incrustada la cara del padre.
Cráter visible. Recuerdo de la pregunta.
Cuéntame qué ha pasado en tu clase de natación.
Mientras me lava los pies, el podólogo
sonríe.
Yo tengo dos almas dentro de mí,
¿cuál salvarías?
No hay salvación.
Infancia no es destino.
Avanzo en dirección contraria al sol.
La vergüenza se hizo presente
cuando caminé sobre
el pasillo sin la capacidad del habla.
Había perdido una promesa
servilleta con teléfono en color azul y
el mundo estaba en ella.
De mi boca salían notas musicales.
Mi cuerpo desnudo no era importante.
La vergüenza estaba en la
punta de su dedo, no en la dirección
a la que se anclaba.
En la escuela nos enseñaron
que el mundo tenía envidia del falo.
Y que toda mujer era una bomba
de histeria. Encerraban la locura
en sus cabellos.
Yo tengo envidia
de no poder parir desde el cuerpo, de que
casi todo mi placer sea hacia afuera, y no
hacia el interior, como una especie de
clavado olímpico, en donde la belleza
está en introducirse con cautela.
La entrada de la casa viste un helecho. El terapeuta escucha. Calla. Respira hondo. Hay plantas que encierran el temor en la caída, como lo hace la consciencia. [Sobre el diván]:
abismo de la palabra; miro el horror que representa una puerta abierta, una palabra recién dicha, una imagen explicada. La rareza del mundo deviene oscuridad cuando se afirma autófago. Nunca he visto la cara de alguien nadando en la oscuridad. La cara de mi madre era la de otra mujer cuando cocinaba, irreconocible, los restos del mundo. Había que comer regaños con sabor a plantas enmohecidas.
Hay espacios hasta en aquello que no se puede señalar.