Cuento / abril - mayo 2024 / No. 110

Llamada nocturna


Ángel González Ramírez


Cenaba cuando el teléfono fijo sonó. Hacía meses que no recibía una llamada en aquel teléfono así que, los primeros segundos, no supe de qué se trataba. Me levanté del sofá, silencié el televisor y descolgué el auricular.

—¿Sí? ¿Hola?

—Buenas noches. Con el señor Ramírez.

—Él habla. ¿Qué desea?

—Le hablamos de LM Asociados. Me parece que necesita un abogado. 

—¿Cómo? ¿Por qué lo dice?

El hombre al otro lado del teléfono no contestó enseguida. Esperó unos segundos y dijo: 

—Creo que le llaman a la puerta. No se preocupe, lo esperamos.

No supe qué decir, pues, al instante, el timbre de la entrada sonó un par de veces. Dejé el auricular a un costado y salí a la puerta. Un hombre de traje me veía con rostro de sorpresa.

—¿Señor Ramírez?

—Sí.

—Me temo que vengo con malas noticias —dijo mientras me ofrecía un sobre amarillo, como de paquetería. 

—¿Qué es esto?

—Son los papeles de una demanda en su contra.

—¿Cómo? ¿Una demanda? ¿Pero quién puede haber...?

—La demanda ha sido impuesta por la señora García, madre de su exesposa. Al parecer lo acusan de su muerte. 

—¿De su muerte? Pero no sabía que había muerto.

—Bueno, eso tendrá que hablarlo con su abogado. Será mejor que contrate uno lo más pronto posible si no tiene uno.

—Pero...

Abrí el sobre y vi los documentos. En efecto, era una demanda por homicidio en primer grado, sea lo que significara eso. Al final, la palabra homicidio me había sorprendido tanto que el resto perdía fuerza. Cuando alcé la mirada, el hombre se había ido.

Volví al teléfono.

—¿Sigue ahí?

—Sí.

—¿Cómo supo que necesitaría un abogado?

—Tenemos nuestros métodos. El punto crucial será su decisión. ¿Nos contrata para ser libre o quiere ir a la cárcel el resto de su vida?

—Pero yo no he hecho nada. Hace meses que no veo a mi exesposa.

—Tal parece que ellos no lo ven así, ¿no cree?

No supe qué decir. El impacto de la muerte de Laura, la demanda en contra mía, la llamada nocturna adelantándose a los hechos. Era demasiado. Me sentía en un callejón sin salida, así que me decidí al momento.

—Bien, los contrato. ¿Cuánto me va a costar?

Oh, no se preocupe por el costo. Al final de todo, usted evaluará nuestro trabajo y decidirá cuánto será el monto adecuado. 

—Está bien.

—Nos pondremos en contacto con usted en una semana. Analizaremos su caso y le daremos las opciones.

—Sí. Está bien.

—­­­Buena noche, señor Ramírez. Y no se preocupe, tenemos un 100% de efectividad. 

Debí pensarlo mejor tras aquella frase, o tras pensar en todo lo ocurrido, pero estaba cansado y sólo deseaba dormir.

Pasó una semana sin noticias del caso. La noche en que se cumplía el plazo recibí otra llamada. Un hombre, de voz más grave, habló: 

­—¿Señor Ramírez?

—Sí.

—Soy su abogado y tengo una buena y una mala noticia. ¿Cuál quiere escuchar primero?

—No importa... La mala.

—Bien. La mala es que su caso será más difícil de lo contemplado y sus opciones se reducen. De acuerdo con el equipo, tenemos tres a elegir.

—¿Y la buena?

—La buena es que una de esas tres es la perfecta para usted debido a su situación. La hemos analizado y será la que pongamos a prueba.

—Sí, lo que sea está bien, con tal de librarme de todo.

—Así será. Una pregunta más, ¿cuál es su relación con la familia de su exesposa?

—Pues no hubo tal. Desde que salíamos hasta casarnos, y luego al separarnos, sólo coincidimos pocas veces. No era de aquellos que compartía momentos familiares. 

—Muy bien. Buenas noches. Le informaremos sobre el progreso.

El hombre colgó y después yo lo hice. En ese momento no vi nada extraño en su pregunta. Pensé que pudiera ser para entender el contexto de la demanda o para intentar llegar a un acuerdo, pero nunca me imaginé que pasaría lo que sucedió después.

Pasaron dos días y un accidente fue noticia. El hermano de mi exesposa había muerto en un accidente automovilístico. La investigación sugería que iba a exceso de velocidad, pero de manera velada se decía que su auto había sido manipulado para que los frenos no funcionaran. La policía cerró la carpeta tras concretarlo como accidente.

Un par de días y ahora era el padre el que fallecía. Se manejó como un accidente laboral pues cayó de un edificio en construcción. Se encontraba sujeto con una red desde el piso más alto, el 17, pero falló y se rompió la soga.

Otro par de días y me llegó la noticia de que la demanda había sido retirada. La investigación mencionaba que, tras una revisión en la casa de la señora García, se había encontrado el arma usada para asesinar a Laura. Las autoridades creyeron que la demanda era una fachada para cubrir su culpabilidad y fue detenida. 

La siguiente noche, una última llamada.

—Buenas noches, señor Ramírez.

No supe qué contestar, así que permanecí callado.

—Está bien, no hable. En breve le llegará un documento con algunos gastos que hemos tenido. Eso es fijo. Usted súmelo a la cifra que crea pertinente darnos por nuestro servicio. Ya ve que cumplimos. No tarde más de una semana en pagarnos ya que de lo contrario...

No acabó la oración, pero no era necesario.

—Sí, les pagaré.

—Claro. Fue un placer trabajar con usted.

Tras colgar, el buzón sonó. La factura había llegado. Era más de lo que esperaba, pero menos de lo que podía pagar.




  
Ángel González Ramírez (Ciudad de México, 1993). Licenciado en Psicología por la Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, UNAM. Actualmente estudia la carrera de Bibliotecología y Estudios de la Información en la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM. Con este texto obtuvo mención en Cuento en el Concurso 54 de Punto de Partida.

 

Punto en Línea, año 16, núm. 110, abril-mayo 2024

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fecha de la última modificación 10 de abril de 2024.

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